jueves, octubre 12, 2006

Al otro lado de la cortina


(Texto que acompaña la exposición fotográfica titulada AL OTRO LADO DE LA CORTINA del fotógrafo Julio Sanz, y que se lleva a cabo el 20 de octubre de 2006, en la Fototeca de la ciudad de Veracruz)

Asegura Georges Bataille que «el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo”. Al otro lado de la cortina de Julio Sanz, provoca en el espectador la segunda de las reacciones. Existe en esta propuesta una suerte de alquimia soberbia: no sólo el paso de la luz por la cortinilla de la cámara para transformar la nada en desnudez del cuerpo, sino la posibilidad de que esa desnudez no sea objeto de trastorno alguno, sino de libertad y redención, a través de un trabajo alquímico que la lente de Sanz logra con calidad excepcional. Uno, entonces (el espectador) no tiene más remedio que quedar a merced de esa belleza insólita y ser acogido con un abrazo cuya violencia es la de aquellos que arrebatan el cielo.

El rostro y el cuerpo que tienen un rasgo manifiesto, poseen también uno oculto. Los personajes de Sanz ─que han optado por ir al otro lado de esa cortina─ son seres que han traspasado ese umbral con la intención de librarse del “cuchillo del carnicero”, y hallar (en lo efímero de ese arpón de luz que transgrede la mirilla de la cámara) una forma de ser sin vendas ni tapujos: las modelos de Sanz tratan de hallar en sí mismas esa libertad de expresión en sus cuerpos, sin la cual, como afirma el mismo Bataille, «la verdad que ordenan sus ojos, sería avara»
El resultado de esta simbiosis entre el artista y quien se expone a su lente, es de conciliación y oficio tozudo. De la primera porque (expuesta a ojos de todos) el acto artístico de Sanz permite a su objeto quebrantar los interdictos a la pasión impuestos desde los escombros de una racionalidad altanera: la mojigatería y el escándalo burgués. Al otro lado de la cortina es la versión lúdica y asombrosa de Julio Sanz constituida en puente luminoso y fugaz; ése que da oportunidad a estos rostros de penumbra, a decir, junto con el poeta: "mi locura y mi miedo tenían grandes ojos muertos y la fijeza de la fiebre: el clic de tu cámara nos ha librado de tal estrépito..."
Es esto último lo que hace honor a la genialidad del artista. Porque para hacer posible ese paso entre naturaleza y frotamiento de los sentidos en el espectador, hace falta no sólo talento, intuición o disparar al ángulo de enfoque; se requiere de amor, paciencia, pasión por el trabajo y una tozudez sin límites. Quien, como lo hace Sanz, toma una actitud según el placer a ultranza, da como resultado esta serie de imágenes, al parecer inmóviles, pero que, bajo nuestros párpados, sólo hablan de cómo gustan ellas que el mundo las contemple.
Lo que a fin de cuentas, Sanz nos deja, es un poema hecho de imágenes, en las que cada uno de esos seres femeninos cuenta su historia; no bajo ese perenne pensamiento de “sálvese quien pueda”, sino con la voz que reclama la libertad que ha permitido al fuego ser poseedor de su propia llama. Entre palabra y palabra de este poema martillado por la lente, existe la innegable capacidad del artista: Julio Sanz se coloca a la distancia exacta entre aquellas siluetas que destacan Al otro lado de la cortina, y la visión que nos permite contemplar cómo aquellas mujeres flamean su libertad a modo de bandera: cuerpos enredados al arte de un excepcional artista de la cámara.

Ignacio García