miércoles, octubre 04, 2006

Con una esfera entre mis manos


Ignacio García

(Prólogo al libro de Gabriel Fuster titulado Cameo)

Evocaba yo el cálculo infinitesimal de Leibniz, tratando de moldear, a través de las Mónadas, el nodo de ajuste de un programa que en ‘x’ lenguaje cibernético pudiera imitar la poesía de Arthur Rimbaud --por lo menos aquella de la Alquimia del Verbo-- pero algo me detuvo en un súbito de esa evocación. En ese instante apareció delante de mí, como nunca antes lo había hecho, el poeta Gabriel Fuster. Por un momento quedé viendo a la pantalla de mi procesador, pensando tal vez en un equívoco de la fórmula que hubiera dado como resultado la aparición holográmica de este escritor. Pero no. La presencia de Gabriel era tangible y, a menos que él usara un truco mayor a la teoría de Newton sobre el ser absoluto, tenía yo esta mañana el honor de tener ante a mí al autor de varios libros de fama reconocida entre un puñado de sus amigos: Tú también estás feo; Salmón; Quizás no vuelvas a tomar tu merienda en este continente jamás; Rua Morgue, son algunos de esos títulos, ahora posibles y nombrables entre nosotros.

Si bien luce un poco agitado --pues me dice: “Dejé mi coche a la vuelta del Ajuntament de Palma y tuve que caminar un buen” --se sobrepone a la agitación y saluda con entusiasmo. Gabriel Fuster no viene solo. Después de retroalimentarnos con anécdotas y algunos affaire de nuestros mutuos amigos, extrae de sus bolsillos un objeto --el mismo que me tiene esta noche sentado aquí y produjo que sábado y domingo delirara yo con arquitecturas en cuarta dimensión, zigurats, una madame de nombre Gutalca, así como con Fyodor Dostoyevski instalado como padrote en El Perico, un bar que yo frecuenté en el pasado de forma consuetudinaria.
Se trataba de una esfera, tal vez la misma de Pascal descrita ya minuciosamente por Borges, y en la que el centro no es uno sino muchos. Tomé, no sin temor, la esfera y la puse frente a mi computador. “Quiero --me dijo Fuster convencido-- que entres a ella y trates de deducir una suerte de prólogo a lo que no tiene punto de partida porque todos los puntos son el punto de arranque”.

Al principio no supe qué decir. Gabriel me había hablado de prologar un libro de cuentos común y corriente; pensé entonces en un volumen con hojas bond y pegado con goma de impresor, a la vez que ilustrado artesanalmente por Lara Editores: así, como había sucedido con sus otros libros. Pero esto de la esfera rebasó mis capacidades (que no sé si las tengo) literarias. Lo primero que noté de este cuerpo geométrico me sorprendió; dentro de él había (hay, para quien quiera comprobarlo) once esferas más, aunque (ya se dijo) todas son la esfera. En cada una de ellas aparece Gabriel Fuster colgando de los andamios y tramoyas, tomando la cámara para disparar, vestido del general Mike O’Neill, comiendo tacos de nana y buche en un parador de la avenida Colón, o bien junto al mismísimo Saddam Hussein o programando el resurgimiento de un continente perdido en el fondo del océano.

La teoría de la esfera ha promovido una suposición que yo acojo ahora, en esta noche: quien se mira en estos círculos voluminosos es y no es Gabriel Fuster; aun cuando éste se vale de ciertos artificios --como por ejemplo usar un centro nodal para balancearse y mutar cuando quiere-- para hacernos creer que es él y no otro quien hace el casting, produce, actúa, dirige, pone la música y la poesía dentro de estos escenarios concéntricos... al viejo estilo de los Johns: Casavets y Huston.

No pudiendo decir nada en ese instante de la primera ojeada a la esfera, propuse a Gabriel me diera tiempo de asimilar. Le sugerí que, en todo caso, me permitiera un texto libre que pudiera encajar, ya no en una esfera sino en un cubo; uno similar a una de las habitaciones diseñadas por o para él con la técnica del teresacto. De esta forma yo tendría una mayor posibilidad de maniobra a la de él mismo como narrador de sus sueños y pasiones. Él accedió.

Intentar las puertas múltiples en cada espacio de este cubo, abre otras que acercan a la idea del trabajo fascinante de Gabriel Fuster: cada uno de los cuentos contenidos en Cameo es la sepultura del anterior --lo que hace posible a Fuster encarnar en el próximo círculo-- cuento y repetir la escena. Esto hace surgir una hipótesis hegeliana: la cantidad de ideas y shots del poeta, es mayor al tiempo que tiene él mismo para escribir. Las teorías de la probabilidad, el azar, la categoría sobre la cual el escritor edifica sus numerosas y vastas concepciones, así lo demuestran.

En Cameo, el volumen de la esfera tiene brillantez por todos lados; un brillo enriquecido por las múltiples citas de obras, nombres, lugares y anécdotas de las que el autor da cuenta mientras viaja por las intersecciones. Uno podría pensar, al asomarse a Cameo, que Fuster se tragó todas las enciclopedias digitales habidas en el ciberespacio, y que basta sacudir el libro para que éste desparrame fórmulas y logaritmos al instante. No es así. Lo que yo creo es que el escritor no es Fuster sino las cosas que aparecen allí cuya figura dentro de otra figura (la esfera) pasa de ser un cuerpo a ser signo inteligible: Cameo está d-escrito de las cosas a las que Fuster ha dado vida en cualquier sitio que se ha parado.

Lo que da energía a Cameo, pues, es la existencia de un hombre-en-muchos-hombres (en este caso Fuster). Que él, en su introducción teórica pretenda justificar sus más acendradas pasiones y vivencias, no quita para nada que uno se sorprenda del contenido múltiple. Que él haga maniobras para desviar la atención, al igual que un prestidigitador, con movimientos de la pluma para quitar de nuestra vista lo que él hace en realidad, me parece un ejercicio plausible --sobre todo si se toma en cuenta la brillantez ya descrita que ese conjunto de cuentos emana.

Finalizo este texto diciendo que he accedido al mismo a sabiendas que mi libertad estriba no en poder alabar o denigrar ningún libro, sino en la posibilidad de poderme asomar, en este caso, a Cameo y encontrarme allí con su autor: Gabriel Fuster. Lo hago también consciente de que puedo ser yo mismo (como lo puede ser cualquiera aquí) materia vuelta tinta a los ojos perceptores del escritor. Nadie sabe si esta noche Gabriel Fuster presuma de llevar consigo la esfera, y estemos ya todos colocados en una de sus páginas.

Me resta decir que nunca he conocido a Gabriel Fuster, que tampoco he estado esta noche aquí, nunca escribí nada y ustedes jamás nos oyeron a ninguno de los dos. Para saber la verdad debemos adentrarnos a este Cameo; sospecho que ahí hay una cosa más seria que lo sucedido en esta noche: la nostalgia que nos impulsa a creer que nuestros sueños pueden convertirse en realidad.

Boca del Río, Ver., Octubre de 2005