Intersticios de Manuel Salinas
Por Ignacio García
(Texto de presentación a la obra de Salinas en Casa Principal del IVEC, julio de 2006)
La ciudad, de acuerdo a Jàcques Ellul, es una extensión anímica del hombre: aquella no se explica sin la creencia de que cada individuo deposita y hace florecer en ella las más vehementes de sus aspiraciones. Así, la literatura, desde Homero a la Biblia hasta Rainer María Rilke y James Joyce, está saturada de escenas en donde el lector es incapaz de separar al individuo de su habitat citadino. Ya no es posible distinguir entre viejos balcones oxidados y las ojeras de una mujer hermosa, o las troneras con bocas de leones feroces, de la risa de los parroquianos que alegres abandonan los bares de madrugada, o, tal vez, los angostos callejones tapizados de graffiti y otros epígrafes solidarios de aquel que se desvela tratando de urdir algún poema hacia el crepúsculo.
Esto mismo sucede en Intersticios, en donde Manuel Salinas delata no lo posible de esta afirmación sino la probabilidad de que esto suceda ante los ojos del espectador: que el corazón, la mente, el self se vuelvan una sola pieza con la ciudad y que esta fusión sea distinguible sólo a través de oficio del artista mismo. El diminuto espacio que existe entre cuerpo vivo y cuerpo de concreto es atrapado por la cámara del artista, mostrando que la transpiración de la piel, los anhelos, las promesas incumplidas, el gesto duro, la soledad correosa y la melancolía acendrada del ciudadano, está impregnada en calles, plazas, solares y monumentos de nuestra ciudad. A la vez que ojos, oído, piernas y brazos, bocas y labios de uno, no son sino la extensión salobre de piedra y ladrillo en cada esquina del puerto.
Atrapar esta simbiosis (este yugo existencial) requiere de una buena dosis de sensibilidad además de un trabajo paciente y amoroso. Manuel Salinas cumple con ambas condiciones. Primero, realizando a través de una enardecida nostalgia la sutura necesaria entre él mismo y la urbe porteña; luego, mediante un trabajo artístico de calidad en el cual el artista utiliza como instrumento de zurcido la aguja capotera de la fotografía digital.
El resultado está a la vista. La herramienta digital (desdeñada por algunos como lo fue en sus orígenes la máquina de escribir y otros artefactos novedosos) ha sido el puente entre la imaginación de Manuel Salinas y el mundo que él vive y ama. Es de esta forma que su trabajo pone en cada uno de sus espectadores una costura en uno de los ojos:
Con el otro uno puede acercarse a las múltiples posibilidades de un estado mental lúcido, extra-polado, creativo e integrador de la realidad, que se da bajo la complicidad que nace de un espíritu creador y el arte convertido en aritmética binaria: un trabajo lúdico y entrañable.
Ignacio García
(Texto de presentación a la obra de Salinas en Casa Principal del IVEC, julio de 2006)
La ciudad, de acuerdo a Jàcques Ellul, es una extensión anímica del hombre: aquella no se explica sin la creencia de que cada individuo deposita y hace florecer en ella las más vehementes de sus aspiraciones. Así, la literatura, desde Homero a la Biblia hasta Rainer María Rilke y James Joyce, está saturada de escenas en donde el lector es incapaz de separar al individuo de su habitat citadino. Ya no es posible distinguir entre viejos balcones oxidados y las ojeras de una mujer hermosa, o las troneras con bocas de leones feroces, de la risa de los parroquianos que alegres abandonan los bares de madrugada, o, tal vez, los angostos callejones tapizados de graffiti y otros epígrafes solidarios de aquel que se desvela tratando de urdir algún poema hacia el crepúsculo.
Esto mismo sucede en Intersticios, en donde Manuel Salinas delata no lo posible de esta afirmación sino la probabilidad de que esto suceda ante los ojos del espectador: que el corazón, la mente, el self se vuelvan una sola pieza con la ciudad y que esta fusión sea distinguible sólo a través de oficio del artista mismo. El diminuto espacio que existe entre cuerpo vivo y cuerpo de concreto es atrapado por la cámara del artista, mostrando que la transpiración de la piel, los anhelos, las promesas incumplidas, el gesto duro, la soledad correosa y la melancolía acendrada del ciudadano, está impregnada en calles, plazas, solares y monumentos de nuestra ciudad. A la vez que ojos, oído, piernas y brazos, bocas y labios de uno, no son sino la extensión salobre de piedra y ladrillo en cada esquina del puerto.
Atrapar esta simbiosis (este yugo existencial) requiere de una buena dosis de sensibilidad además de un trabajo paciente y amoroso. Manuel Salinas cumple con ambas condiciones. Primero, realizando a través de una enardecida nostalgia la sutura necesaria entre él mismo y la urbe porteña; luego, mediante un trabajo artístico de calidad en el cual el artista utiliza como instrumento de zurcido la aguja capotera de la fotografía digital.
El resultado está a la vista. La herramienta digital (desdeñada por algunos como lo fue en sus orígenes la máquina de escribir y otros artefactos novedosos) ha sido el puente entre la imaginación de Manuel Salinas y el mundo que él vive y ama. Es de esta forma que su trabajo pone en cada uno de sus espectadores una costura en uno de los ojos:
Con el otro uno puede acercarse a las múltiples posibilidades de un estado mental lúcido, extra-polado, creativo e integrador de la realidad, que se da bajo la complicidad que nace de un espíritu creador y el arte convertido en aritmética binaria: un trabajo lúdico y entrañable.
Ignacio García
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