miércoles, octubre 04, 2006

Salvador Elizondo: cirugía del texto


Por Ignacio García

Salvador Elizondo se ha ido. Si bien mexicano, su reconocimiento de talla internacional resulta indiscutible en los círculos de eso que se llama la literatura difícil debido a lo exacerbado en cuanto a búsqueda de inteligencia y lucidez, junto con lo innombrable.

Elizondo no es un autor de corte popular. Si bien sus primeras obras, Narda o el verano (1964) y Camera lucida (1983) pudieron colocarlo en los anaqueles de los “más vendidos”, el escritor eligió el camino de lo imposible. Vinculado con la tradición literaria europea, a la lengua alemana aprendida en su infancia, a la erótica de Georges Bataille y el inconsciente surrealista de André Breton, Elizondo va en busca de lo simbólico entre imagen (fotografía) y escritura: cuando el texto no puede decir, la imagen exalta al silencio, y viceversa. Así es como se inicia la experimentación cinematográfica, a través de corto-metrajes, con imágenes y textos ─que para algunos (como éste que escribe) resultan en un trabajo excepcional, y para otros un ejercicio digno del olvido.

Pero no es sino hasta que Elizondo da casualmente con un libro titulado Aspects Médicaux de la Torture Chinoise (Aspectos Médicos de la Tortura China) ─cuyo autor es un médico de nombre H. L. Farabeuf─ que nuestro autor halla motivo y razón para describir, a través de un texto denso, tortuosamente bello y ampulosamente hiriente, la relación entre el escritor mismo y esa figura nebulosa, inasible y erótica que resulta ser la Escritura. En Farabeuf o la crónica de un instante (1965, Premio Xavier Villaurrutia), Elizondo demuestra que escribir es una cirugía sin anestesia: una amputación del ser; una relación amorosa entre quien perpetra con la pluma y esa palabra que espera a ser violentada...violada: torturada por el bisturí y la cizalla del escriba.

En un verso ─que surge más que de la razón de las fibras hechas furia por la imposibilidad de delatar a quien se ama─ el escritor pregunta (se-nos pregunta):

“¿Quién es, entonces, ese testigo que formuló en su imaginación la llamada imagen
de los amantes? ─Eres sin duda, tú misma”.

Leer a Salvador Elizondo en Farabeuf, es encontrarse a uno mismo, perdido en el instante, traslapando los tiempos y empecinado en un juego en que la escritura ─nuestra perpetua amante─ nos esquiva y nos tortura, y nos hace preguntar ella misma si no acaso somos la materialización del deseo de alguien que nos ha convocado, de alguien que nos ha construido con sus recuerdos, con sombras que nada significan: alguien que nos sueña y está a punto de despertar...

Salvador Elizondo ya no está entre nosotros en carne y hueso; pero estará, por lo menos, en quienes solemos acercarnos a la lectura disfrazados de amantes, o, simplemente libramos con él la misma batalla de encontrar a diario una palabra que nos haga la vida menos absurda. Hoy lo recordamos: a fin de cuentas, el olvido no es hoy más tenaz que la memoria.