miércoles, noviembre 08, 2006

El muerto de bala, jamás escucha el disparo


EL MUERTO DE BALA, JAMAS ESCUCHA EL DISPARO
Por Gabriel Fuster

-No te sientas tan impetuoso de burlar la barrera del sonido – la mujer advirtió, apuntando con una Luger de la Segunda Guerra en medio de los ojos –El muerto de bala, jamás escucha el disparo. Es una verdad científica. Nadie ha vivido para refutarla. Así que, quédate quieto o escucharás el silencio tendido a todo tu tamaño.

La tarde es una veta de oro, hora precaria que gira y sol que se abre paso en la espesura de un bosque de pinos y abeto negro cerca de la ciudad industrial de Osweicim, en la provincia de Katowice, al sur de Polonia. No es luz ni sombra: es tiempo de dos personas paradas frente a frente. El destino no se mueve por largo rato. Los protagonistas pueden escuchar con detenimiento el cauce del Vístula a distancia, dirigiéndose a Checoslovaquia. Pueden oler la mole cobriza de los Cárpatos, justo al norte. O sentir el fantasma que nace de las instalaciones de Auschwitz que fueron conocidas como campos de labor pesada.

-Sé quién eres tú – dice la mujer al viejo –Tú eres Gottfried Fürstenberg.
Ella habla en alemán, con algún crispado acento bávaro.
-Mi nombre es Robertho Figueroa do Quadros y soy de Sao Paulo. Quiero decir, de Brasil y estoy de paseo en Europa con un grupo de turistas.
-Yo conozco donde queda ubicado Sao Paulo, pero tú no sabes que ve Claudio Monet desde una barca.
-Tome mi cartera, si quiere. No servirán de mucho los cheques de viajero, pero unos pocos zlotys de cambio–el anciano busca a tientas el bolsillo trasero de su pantalón. –Verá, la mayor parte de los dólares los dejé en la caja de seguridad de mi hotel en Cracovia.
La mujer niega con la cabeza y corta cartucho.
-Tú eres Gottfried Fürstenberg, un nazi. Tú tenías dieciocho años cuando formabas parte de las juventudes hitlerianas en esta área, en 1942. He esperado dos generaciones por tu regreso.
-¿Está loca? No tan solo me toma por otra persona, sino ¿Qué hubiera sucedido si no hubiera tomado este viaje?
-Ah, la interpretación de Copenhague
-Mire, tome mi cartera y olvidemos este asunto.
-No soy una ladrona, soy un ángel vengador. Estoy aquí para hacer justicia a mi pueblo. Tú viviste a ocho kilómetros de aquí. En tu lengua, el sitio era llamado Auschwitz. Allí trabajaste para Mengele, fuiste su colaborador consentido. Tú estuviste a cargo de los grandes hornos bajo sus órdenes. Sí, Gottfried Fürstenberg, o mejor dicho, Herr Unteroffizier Gottfried Fürstenberg, el más joven oficial del bloque de la muerte. Más la guerra termina y dice el doctor que todo esto es mal de los nervios. Entonces escapa y tú con él. Ahora regresas como un inicuo turista.

El viejo sonríe, poco a poco los recuerdos van saliendo de sus refugios y madrigueras. La vida es agonía, fermento e invierno. Aún si recibiera la bala en ese instante, la nieve dormiría un largo mes.
-¡Juden! –acusa el anciano, su voz cambia de registro– ¿Simón Wiesenthal te dijo donde encontrarme?
-Te equivocas, no soy judía ni sefardita ni mizrahi...
-No voy a mentir, nos deshacíamos de 1, 200 puercos semitas al día. Yo mismo alimentaba los hornos, lo confieso. Todavía guardo el olor del humo en mi aliento. Así que, propina tu peor castigo, renegada hija de Esther.
-Siento lástima por esos desgraciados, pero no estoy aquí por ellos. Soy una druida. Yo represento a la comunidad de los gnomos, silfos, ondinas y salamandras, esos elementales en la tierra, aire, agua y fuego. La gente del bosque cuya tala acumulada te sirvió para alimentar los hornos. Cierto, Gottfried, tienes impregnado el olor del humo en tu persona aún.
-Finalmente vas a necesitar esa pistola, esa fina pieza de ingeniería alemana
-Ah, ¿el arma? –dice la mujer y retira la pistola para arrojarla a un lado –La necesitaba solo para mantenerte quieto el tiempo suficiente para mis hermanas.
El anciano se percata que no puede moverse. Baja la vista y mira las raíces que se han enredado a sus piernas y empieza a florecer a la altura de su cintura. Grita una sola vez, con la gran exclamación con que todos los días termina el mundo. Nuevo viento remueve las memorias y el bastón florido se deshoja como palabras que no pesan sobre el camino.
El ocaso es una tea que se consume, sol inmóvil. La mirada verde de la dríada otorga su perdón a la nueva planta que se supone unida. Y exclama musitadamente:
-Ahora podemos fumar el calumet