miércoles, diciembre 06, 2006

Jaime G.Velázquez: Ya ni llorar



Ya ni llorar es bueno
Jaime G. Velázquez

Foto: Torre de salvavidas playero, de Manuel Salinas

¿Y qué hacemos quienes no votamos? Gajes del oficio. Es impensable ver organizadas tantas opiniones que parecen polvo en el aire, porque llegaría el día en que estarían atrapadas en el mismo juego que rechazaron.

Una vez contadas las abstenciones, la lucha se da entre minorías: con 15 millones de votos, más o menos, se pueden ganar seis años de una vida de lujo, de aplausos inmerecidos, de días que miran agonizar las más sólidas esperanzas.

Quienes no votamos vivimos despreocupados, como invitados en un país que da tumbos y con el que esperamos no hundirnos. Y una vez que ciudadanos se vuelven testigos involuntarios, puede ser que surja alguna manera novedosa de gastar dinero, con campañas nacionales que clamen por recuperar el voto de tantos patriotas que quisieran cambiar de país.

Quienes no votamos estamos impedidos de hacer reflexiones políticas y por tanto oímos con toda nuestra atención a los pocos que sí votaron, a los pocos que perdieron (que aún como perdedores no quieren que los sumemos en un solo grupo) y a los pocos que “ganaron”. Pero nadie nos convence de no volver a quemar nuestro voto la próxima vez. Y después de semanas y meses de oír razones y sinrazones, a favor y en contra de todo y de nada, nos convencemos de que el olvido ha llegado muy rápido: ¿cuántos dijeron que éramos hace tres años, en otras elecciones en las que ganamos quienes no votamos; cuántos fuimos en julio?

No votar es un problema grande, más grande que las filas de quienes sí votaron. Y ninguna empresa encuestadora se preocupa por analizar todo ese polvo disperso que somos. Y creo que es un error. La simpatía por Fox se fue perdiendo hasta que lo vimos impedido de entrar al Congreso, el 1° de septiembre, a leer su informe: una aburrición menos, un antipático menos. Y aún en el suelo todavía alguien puede vivir más abajo, en sótanos de la patria, tras los muros portátiles que se ganaron los opositores (¿desde cuándo los empezaron a fabricar, en dónde, en lo oscuro?); si no, que lo diga el señor que de pronto apareció en las pantallas de televisión el 1° de diciembre, por menos de cinco minutos: un viaje de la sombra a la sombra.

Los invitados no damos lata, aunque no tenemos autoridad que celebrar, por lo que deberían disminuir los gastos de los ganadores sospechosos, sobre todo los dedicados a publicidad. Los invitados nos divertimos viendo las caricaturas de los políticos encumbrados, si sabemos donde buscarlas, y descansamos la vista cuando empiezan los noticieros de televisión.

Y, el colmo, se prohibió la venta de bebidas alcohólicas, como en los viejos tiempos, cuando se pensaba que eran borrachos los que causaban desórdenes. Pero siempre hay una tienda que comprende a quienes son olvidadizos y poco previsores: para ellos, botellas con descuento, quizás porque se sabe que los borrachos serían esta vez, en su mayoría, los que tuvieron algo que festejar. Y los encuestadores no quisieron arriesgarse a ver qué pocos eran en realidad los contentos, si estaban más preocupados que nunca por lo que vendrá. Para los demás, el viernes 1° fue como cualquier otro día de interrupción oficial de actividades.

Palabras, seguirán flotando en el aire palabras, mientras los ganadores sospechosos empiezan o continúan fabulosos negocios en sus ratos muertos. ¿Cómo creen que pueden hacernos cambiar de opinión con palabras que nadie atiende y pocos entienden?

Tiempo, seguirá gastándose el tiempo que podría salvar a la nación de un muy poco honroso destino, porque sabemos que es más fácil vender que establecer negocios.

Así pasaremos tres años y luego otros tres. Dentro de cinco años y medio los que no votamos volveremos a ser convocados y, lamentablemente, de seguir por el camino que vemos, seremos mayoría frente a unos cuantos millones que se volverán a repartir el pastel mexicano, que se supone debía repartirse entre una franca e indudable mayoría.