Attila József: Poemas
Attila József: Poemas
Pasado de largo por muchos, el año pasado (2005) se cumplieron cien años (pero ¿qué es el tiempo?) del nacimiento de Attila József, poeta cuya vida reproduce el período más doloroso y ácido de la historia húngara. Tal vez por ello, aún resulte un enigma cómo es que la fatalidad, el abandono, la soledad y la desprotección pudieron habernos dejado versos tan bellos, que discurren en ese tránsito espectral que combina el erotismo, enfermedad y muerte; pero no como sintomatologías del psicoanálisis freudiano (como algunos quieren hacerlo pasar) sino en un plano esencial en el que todo, hasta lo más amargo, adquiere inusitadas cuotas de conmoción. La imagen trágica de Attila József suicidándose al paso de un tren el 3 de diciembre de 1937, corresponde al perfil de un autor al que se le considera de culto en ciertos círculos sumamente estrechos. Presentamos aquí tres de sus poemas de juventud. (I.G.)
Despedidas
Adiós, Bristol, inmunda ciudad de ladrillos.
Amantes de la riqueza, adoradores del engaño,
Rechazaron a puntapiés al niño que divulgó
viejas acusaciones,
Y que por querer aprender pagó con una fama vacía»
(...) «No permitas que me equivoque.
Ten misericordia,
Cielo, cuando deje de vivir.
Y perdonen este último acto de miseria»
Corazón puro
No tengo Dios, no tengo rey
mi madre nunca usó anillo,
no tengo choza ni lugar donde morir,
no doy besos no tengo amante.
Durante tres días mastiqué mi pulgar
por falta de un mendrugo de pan.
Aunque tengo veinte años y soy fuerte y sano,
mis veinte años están en venta
Si nadie quiere comprarlos,
el demonio tiene derecho a hacer su oferta:
entonces, usando de mi sentido común,
robaré y mataré inocentemente.
Hasta que me cuelguen alto de una cuerda,
y yazga en la bendita tierra...,
Y crezcan venenosas hierbas
desde mi corazón sencillo y puro
No soy yo quien grita
¡Cuidado! ¡Cuidado¡ ¡El diablo ha enloquecido!
Escóndete en el fondo limpio de los manantiales,
fúndete al cristal de la ventana,
ocúltate tras los fuegos de los diamantes,
bajo las piedras, entre los insectos,
escóndete en el pan recién salido del horno.
Oh, Tú, pobre, mi pobre.
Con el fresco aguacero fíltrate en la tierra.
En vano hundes tu rostro en ti mismo,
sólo podrás lavarlo en otro rostro..
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