Ignacio García: Sylvia Plath
Ignacio García
Foto: Paloma, de Manuel Salinas
Conocí de Sylvia Plath a través de una edición de la UNAM, Material de Lectura (Serie Poesía Moderna) que en su número 16, incluía a siete poetas norteamericanas contemporáneas. La verdad es que me dio flojera leer, por lo menos, ese número; la cosa inicia con una poeta de nombre Erica Jong, y uno de esos poemas sexualmente lastimeros que muchas mujeres poetas acostumbraban (y todavía suelen perpetrar). El título de ese poema de Jong era Envidia del pene, y mejor cerré el ejemplar; no sin antes haber pasado los ojos por dos de los poemas de Plath allí incluidos. El cuadernillo se apolilló y quedó en el olvido; si bien, de todas las poetas ahí incluidas, de la que seguí oyendo hablar siempre fue de la Plath.
No fue sino hasta que di en la Universidad de Columbia en Nueva York con un descendiente de Steven Alxerod (a este heredero de Steven, y llamado Noah, lo llamaban cariñosamente Alx) que mi visión de Plath dio un giro de 180 grados. Un día, de esos indiferentes en que uno no sabe si oír jazz o ir a ver a los Yanquis, Alx me halló y preguntó si era cierto que escribía yo poesía. De que era cierto, sí... de que fuera poesía... no supe qué contestar. El caso es que me dijo, entre la plática, que su padre Steven era amante de la poesía de una tal llamada Sylvia Plath, y que a él mismo también le encantaba. Lo que me dije –antes de comprar boletos para ver a los yanquis—fue: “Pobre diablo, qué gustos tan malos tiene”.
Eso acabó cuando, un día, me llevó a su casa y mostró lo que su padre había investigado, escrito, analizado, sobre la Plath: mi percepción sobre ella cambió totalmente. Una enorme librería; todos los libros conocidos de la Plath, más el research que Steven Alxerod había hecho sobre ella: toda una alucinación. Para entonces ya había yo leído más de la Plath en su novela La campana de cristal (1963); los escritos (mitad autobiográficos, la otra parte mito) prefiguraban el vacío de sus poemas posteriores.
"Tenía que estar pasándomelo en grande, tenía que estar ilusionada como las otras chicas, pero no conseguía reaccionar. Me sentía quieta y vacía como el ojo de un tornado, moviéndome sin ninguna fuerza”
Un poema de Peniley Ramírez (Correo de voz), que cayó en mis manos, trae como epígrafe uno de esos grandes y desgarradores gritos de Sylvia Plath...Fue así como ella regresó nuevamente a mi memoria. Uno, como lector, a veces sólo mira la parte de enfrente del autor, su etiqueta, sus gestos y garabatos; pero no el alma. La de Sylvia era todo un inventario del tormento existencial. No, como muchos creen, por su fracasado matrimonio o golpizas recibidas, sino de palos propinados por la existencia misma. Sylvia no escribió ni para la literatura ni para la academia: escribió para la vida y con las venas. Su fama no es la de una suicida joven y atormentada: su prestigio consiste más bien en hacer polvo con su pluma la vida y desmenuzar de ella sus regiones más odiosas,
Habiendo estudiado a James Frazer y a Freud, esto le permitió escribir poemas inolvidables sobre el abuso, la ira y la rebelión de una mujer en contra de un mundo absurdo. Sus poemas (ahora lo veo) son verdaderas lecciones introspectivas y de una dimensión mítica soberbia (no olvidemos que su primer poema lo escribe a los ocho años, y que lo sigue haciendo a los 10, después de la muerte de su padre).
Las entre-líneas de sus escritos se nutren de palabras de una belleza feroz; tal vez incitados por el recuerdo proveniente de sus tratamientos con electro-shocks. Lo discontinuo en su línea poética, no es sino su desarraigo mental expresado en notas de un espíritu de belleza destrozada: si bien a veces no abre todas las ventanas de ese aliento vivencial y nos deja sólo con el espectáculo y la experiencia verbal: En su diario del 17 de julio, 1957 dice: "Escribiré hasta que empiece a escribir sobre mi yo verdadero".
El 11 de Febrero de 1963, Sylvia Plath (después de otros intentos similares) se suicida en su apartamento de Londres, donde se había ido a vivir con Ted Hughes, su pareja --quien para ese tiempo ya la había abandonado. Sylvia se levanta y deja escapar el gas doméstico de su habitación. Duerme para siempre. Tenía sólo 30 años de edad.
En su epitafio a Sylvia Plath, Anne Sexton cita un fragmento de una carta de Kafka que dice: "Un libro debería ser como un hacha ante el mar congelado que tenemos dentro".
Para Sylvia la poesía fue esa hacha que siempre le recordó el inconveniente de haber nacido. Para terminar un poema, se levantaba tres horas antes que sus dos chicos despertaran, y se dedicaba, no sólo a escribir (que eso cualquiera lo hace), sino a vivir dentro de lo que escribía.
Para ella, “La poesía es un jet de sangre / Nadie puede pararla...”
1 Comments:
Hola Nacho disfrutando la lectura del blog en general, (benditas vacaciones), te comento:
¿No tendría que ver en Sylvia la bipolaridad? y ¿acaso las teorías de Freud de tan debatidas no han sido superadas?, claro el mérito de abrir la puerta sobre la sexualidad femenina no creo alguien lo discuta y por último ¿la mujer tiene temas prohibidos o incómodos dentro de la poesía, es decir no podemos escribir sobre la envidia del pene? y aclaro no envidio el pene, la vagina incluso estéticamente es más hermosa, es una boca.
En fin perdona tantas preguntas, tuve curiosidad por la investigación acentúas, viste de la poeta, y acerca de la envidia del pene porque me dio ternura, la poesía de Sylvia siempre me ha gustado, aunque debo decir me pasa igual al leer a Nietzsche, no puedo evitar pensar en su enfermedad nerviosa.
Por supuesto, todos tenemos derecho a escribir, pero ante la trascendencia de su obra, luego tenemos la consecuencia en escritores, incluso actuales, de hueva, que por admiración persiguen un mundo negro en sus poemas, el cual ¿existe? , y al leerlos pienso mejor leer al original.
Abrazo de fin de año
Mary Carmen Gerardo
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