Jaime G.Velázquez: Réplica
Réplica
Jaime G. Velázquez
Foto: Reflexiones, de Manuel Salinas
En el número 9 de la revista Replicante (noviembre-enero), editada en Guadalajara, encontré un escrito firmado por Geney Beltrán bajo el título “Rulfo olvidado” y el subtítulo “La narrativa enferma”. Era imposible no prestarle atención. Y desencantarse después, ya que revolvía asuntos muy distintos, siendo el más notable el de poner a competir autores extranjeros con mexicanos, sin anotar los nombres de los perdedores. Y el de poner a Rulfo como el dios del Olimpo nacional. Que Rulfo no está olvidado puede asegurarlo Carlos Monsiváis, el primer escritor que acaba de recibir un premio que llevó el nombre de Rulfo por última vez el año pasado.
No debería ser curioso encontrar el nombre de Rulfo en una revista hecha en Guadalajara. Y no lo es. En cuanto a enmendarle la plana a Sergio González Rodríguez, que escribe en un periódico de origen regiomontano, es algo común, ya que suele opinar con descuido. En cuanto a la mezcla, ahí sí creo que tengo algo que decir. Y más si aparece Salvador Elizondo por allí. Hay que recordar que Rulfo y Elizondo fueron asesores en el Centro Mexicano de Escritores, que estuvo en actividad muchos años en el D.F., lo que me llevaría a pensar en qué tan jalisciences fueron los criterios de calidad literaria que ejerció Rulfo.
No hay que asustarse de que haya veinte títulos de narrativa publicados en México en 2005. Sobre todo si el periodista González Rodríguez agrega -y Beltrán lo cita-: “el impulso narrativo en México mantiene un estado de alerta cultural que permite vislumbrar las mejores expectativas hacia el futuro”. Es decir, es precavido, no se compromete.
En cambio, Beltrán no es cuidadoso. Se enoja y se lanza de cabeza y deja de lado factores que en tiempos de Rulfo no existían y que ahora debemos aprender a considerar. Por cierto, ¿quiénes son J. M. Coetzee y Thomas Pynchon? En cambio, a Philip Roth, el genial anciano judío de Estados Unidos, pues a él sí lo he leído y, la verdad, el libro de Portnoy es muy superior a otros más recientes, por muy Roth que sean. No menciono a Haruki Murakami porque realmente no me interesa.
Para cuestiones de números, conviene consultar a Gabriel Zaid, quien se atrevió a contar cuántos poetas nacidos en la década de los cincuenta había en el D.F., en la última parte del siglo XX, además de calcular cuántos poetas habría décadas más tarde. En cuanto al tema del mercado editorial, no conozco a nadie destacado del gremio literario, así que hay que recurrir a García Canclini.
Yo le recomendaría serenidad a Beltrán, o la práctica de la no violencia, que está de moda. Dice, por ejemplo, que “el hoy numeroso (…) no garantiza ni un ápice del dizque genial mañana”. Y, como puede uno darse cuenta, a eso sólo puede contestarse que puede ser, o no.
La vida pública mexicana del siglo XX no es una fórmula que pueda recomendarse al resto del mundo ni al resto de los siglos. Quizás ni la viuda de Rulfo sepa por qué dejó de escribir su marido. Estoy convencido de que prefiero autores con una carrera sostenida (Roth, Styron, Nabokov) que gente con destellos seguidos de años de sombras.
Pero que sigan existiendo los dos libros de Rulfo en las librerías habla también de la mala suerte de otros autores, que tuvieron su época, digamos Yáñez. ¿Yáñez fue un producto sin una garantía que le permitiera seguir sirviendo hoy también?
En cuanto a la narrativa mexicana actual, ¿de verdad está enferma? No lo creo. Dice Beltrán que “no se observa (en ésta) un escritor con ambición para legar una obra insustituible”. Dudo que Rulfo haya pensado en el futuro de esta manera. ¿Qué edad tenía cuando escribió Pedro Páramo? ¿Cómo fue que se publicó esa novela? ¿Cómo llegó a la Colección Popular del FCE? ¿Cómo llegó a mis manos hace cuarenta años?
Todo escritor, aprendiz o veterano, bueno o malo, responde a una ambición que lo lleva a mostrar su obra por aquí y por allá. En cuanto al legado, no puede pensarse seriamente en ello, y tampoco en lo de insustituible. Si hubiera obras insustituibles no tendría yo libros de argentinos, cubanos, uruguayos e incluso de uno o dos guatemaltecos, y no precisamente del señor Monterroso: con Rulfo me bastaría y ya no leería nada más. Pero, ¿cómo sustituyes a Rulfo con Borges? No lo piensas, lo haces y ya. Y regresas. Y te vuelves a ir.
Así que cuando Beltrán afirma que “el sistema mexicano de cultura ha dado forma a condiciones que vuelven la gran ambición literaria un rasgo innecesario y hasta, quizá, perjudicial en el perfil de los escritores”, se hunde. Ese “sistema” puede ser lo que se quiera pero no tiene nada que ver con algo como “la gran ambición”. El ser humano que piensa volverse artista es, antes que nada, un ambicioso, y no precisamente de dinero. Te diría que sería inútil escribir si ya tenemos a Shakespeare, que es lo que propone un estudioso gringo y debe saberlo Beltrán. El artista ambiciona el arte, se prepara para dominarlo, y ambiciona tener un público. Los premios son lo de menos, pues sólo confirman lo que ya se sabe: las propuestas artísticas están publicadas, son leídas por gente que en principio no conoce al autor. Hay que pensar en el montón de desconocidos que de repente ganan el Nobel y en los editores que llenan las mesas de novedades de las librerías con obras no tan novedosas para los enterados. Y en esto, Rulfo se dio por satisfecho. Dejó de escribir.
Beltrán lo sabe porque lo escribió:
“La producción exagerada de títulos de narrativa apunta hacia la muy laxa criba de las grandes editoriales, interesadas en la publicación no de obras maestras innovadoras y desafiantes sino de fáciles y olvidables best-sellers (el ejemplo más obsceno es Alfaguara, por sus pretensiones literatoides)…”
Y en esto sólo hay dos palabras con las que no estoy de acuerdo: “exagerada” y “apunta”.
Nunca será exagerada la producción de libros, buenos y malos, porque de entre ellos saldrá quizás una “obra maestra innovadora y desafiante”: ¿quién se atrevió a publicar a Rulfo la primera vez?
La producción, sea o no exagerada, no “apunta” hacia las grandes editoriales. Tampoco apunta hacia el dinero, la fama, etc. No apunta: es. Y a veces cae en las redes de grandes editoriales y a quién le importa lo “obsceno” o lo “literatoide” de éstas, porque si estuviera de acuerdo contigo tendría que pensar y concluir que una revista como Replicante es una exageración, si ya hay otras revistas literarias y culturales en el mundo.
Por lo que hace a la sobrevaluación de Rulfo, hay que revisar qué pasó hace cincuenta años. Escritores y comentaristas de derecha empezaron a ensalzar exageradamente a Rulfo para oponerlo a Revueltas e incluso a Garro. Sí, eso pasa, hasta que llega un buen investigador. Hay que apostar a que el gobierno de Calderón va a preferir hacer homenajes a Rulfo para olvidar a Revueltas, eso si se pone a trabajar mejor que la anterior encargada.
Respecto a la mención de Elizondo que hace Beltrán, caray, Elizondo es un caso aparte. Hay momentos en que deslumbra, pero al final su enclaustramiento tuvo varios motivos, y quizás el más grave debe haber sido que no lograba alcanzar a su maestro Valéry. Así que el “novato de treinta años” que menciona Beltrán ya puede salir de su casa, ese gesto es una payasada, porque Elizondo a los treinta no estaba encerrado en su casa en Coyoacán. Hay que buscar El grafógrafo para ver una foto de Elizondo en la ventana del departamento donde vivía en la colonia Condesa, frente al parque México. La foto la tomó su esposa, Paulina Lavista. Eso fue antes de que regresara a la casa paterna, la de Coyoacán, donde murió. Elizondo recibía en una u otra a sus amigos. Y al final no vivió un “auténtico” enclaustramiento. Tampoco ha sido reclusión la de otro jalisciense, distinguido vecino del D.F., Emmanuel Carballo, que ha sabido vivir bien en su casa, a la que le creció, para desesperarlo, supongo, la nueva ciudad de México, la de Santa Fe. Una calma de la que salía para ir a los periódicos donde trabajó, o incluso para venir a Veracruz.
Jaime G. Velázquez
jaimeva1@hotmail.com
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