Fuster: Nostalgia de la prediccion
Color Calor (2002-2003)
de Lourdes Azpiri
LA NOSTALGIA DE LA PREDICCIóN
Por Gabriel Fuster
La compañía de teatro CAUSA presenta La Hora de Todos de Juan José Arreola, dirigida por Daniel Domínguez Cuenca, quién sabe que no hay suficientes recursos humanos y económicos para poner en escena un libreto por importante que sea, a menos que incluya un desnudo, pero él toma el teatro con toda la vehemencia que igual guarda por los desnudos.
La pieza, escrita en 1953, es referida como Juguete cómico de un acto por el propio autor y su acción se desarrolla en el piso número setenta del Empire State Building, en la ciudad de Nueva York, la mañana del día 28 de Julio de 1945. El argumento gira alrededor del personaje déspota y acaudalado de Harrison Fish y su agenda de escritorio con tal fecha, cuya orden del día incluye su muerte próxima. Con este trabajo dramático, Arreola se constituye en un escritor de anticipación. Visto hacia el pasado, la elección del título La Hora de Todos, aduciendo el plazo de lo perecedero, la cuota de la muerte que no se detiene a esperar a nadie, propicia el plagio arropado en Francisco de Quevedo. En el futuro, la misteriosa artesanía de la resolución de la obra, vaticina los acontecimientos que vendaron un ojo al mundo el 11 de Septiembre de 2001. En la escena final, un avión militar choca contra el citado edificio neoyorkino y deja el otro ojo rebanado con las escenas de los vuelos 93 y 767 arrojándose a las Torres Gemelas.
Curiosamente, la coincidencia del desastre se da con tres meses anteriores a su fallecimiento. Si lo pensamos, Arreola escogió, doble contra sencillo, los telones malditos, pero no todos tienen la pregunta diferente. Por ejemplo, en una ridícula petición de pruebas, Jose Emilio Pacheco escribe una variación al cuento de la lechera, donde el sueño de trueques de la aldeana termina con la caída inesperada de la bomba atómica. Ahora, Nueva York es el exacto opuesto a un estado mental, es decir, la instalación del dramatis personae de la obra tiene la agilidad de quien va de la Numancia cercada por los romanos a los holandeses que compraron a los indios la isla de Manhattan por el equivalente de 24 dólares en telas y abalorios, para arribar a las crueldades de la segregación racial, la intoxicación de los rascacielos, el asco de los miserables.
La propia mise en scène de la misantropia y la misopedia en iguales proporciones con la misoginia y la misosiquia que Harrison Fish exclama en la postrera exhalación y que, en este caso, interpreta Ezequiel Lavandero en un papel a la medida. El elenco total abarca su fastuosa oficina hasta trece arquetipos más del afamado sueño americano. Harras, más extraño que la ficción, es la voz subconsciente que repasa dentro de su cabeza los actos que han de conducir a su muerte inminente. Daniel Domínguez, acertadamente lo convierte en el locutor con la pertenencia del diapasón, pero a veces la contraseña de tímpanos dispuestos, de los viejos días de radio. Carlos Vigil, que interpreta al personaje, salva la imaginación del público con sus precisas modulaciones de voz. El programa sale al aire. En adelante, todos los efectos sonoros aportan una cornucopia del megáfono para invadir todos los ámbitos de la vida que corresponden a escenas futuras. Voz puramente informativa o la trompeta del día del juicio final.
No importa, la percepción es realidad. En un instante, hace su aparición Gloria Dickinson, interpretada por Carmen García, y asegura que el aguafiestas vendrá para comenzar la decepción. Gloria Dickinson actualmente se encuentra agradecida con su jefe por un espléndido regalo recibido por el simple hecho de ser guapa, coqueta y muy tonta, pero, un momento, la mujer también es Lucila Gonzalez y canta desafinado. La explicación se halla en las muñecas rusas. Harras la despide como la concursante fallida. La mujer sale de la oficina igual que la Eva amarilla de Lucas Cranach el Viejo, el cuadro que cuelga de una pared hasta que Fish decide donarlo al Metropolitan Museum en un gesto filantrópico y, no obstante, permanece suyo. Angel Lagunes interpreta al curador que presenta a la vista los papeles de traslado. José Pablo Vega y Laura Anitua actúan por los duros postores que han de disputarse el cuadro con Fish en una subasta imaginaria.
La Eva amarilla, de Lucas Cranach el Viejo, parece a un taxicab. Tiene tres oros: uno, en la piel; otro, en el albayalde calcinado de su paleta. El tercero, en una plaquita de metal, que es lo que se usa para identificarla una obra maestra. La pintura es robada para brindarle una buena hazaña a los detectives, si la encuentran. La transición indica que la cordura de Fish va con el tornillo suelto que deja el adorno, un misterio sin peso, un color tapado con un manto. Harras introduce el episodio de Mae, doblemente alerta que el tiempo se acaba, pero ella no se muestra. En su lugar, acude Roscoe Hamilton, su marido y defensor, actuado por Pepe Rebolledo. Roscoe Hamilton representa el infierno antípoda del talento, la suerte de deyección. El opuesto a Harrison Fish. Su persona es extraviada, vulgar, menesterosa, su habla alcohólica. Una frase repetida es Yo siempre soñé con instalarme en Nueva York y etcétera. La ocasión que lo trae a la Gran Manzana es el chantaje, pues Mae se encuentra recluida en un hospital por culpa de estos cochinos tan espirituales como Fish, con callos y verrugas en la extensión del alma, que desperdiciaron su vida. Lamentablemente, mujeres como Mae, nacen inventariadas, mueren previa promesa del más neto amor. Y hombres como Roscoe existen para andar recogiendo las colillas en la calle. En determinado momento, Harras sintoniza su altoparlante y evoca un dialogo de respiración acelerada entre dos enamorados de otro tiempo. Harrison no da crédito a su egolatría. El asunto se torna freudiano, ha menester un edicto. Nunca confíes en un hombre de cojones bisoños, porque la recomendación es su procedimiento. Roscoe finiquita su negocio con Fish. Por supuesto, Veronica también. Veronica es un cadáver hermoso, embalsamado, alucinante como un manjar deslumbrante y descompuesto, que acude a celebrar una danza final, un atractivo fin de fiesta: El vals con la muerte. Fish se satisface en el conato. El renacimiento dio este nombre a la ormé estoica, o sea, el instinto o la tendencia de todo ser a su propia conservación. El conato es al baile como el punto al espacio, o sea, como la unidad al infinito: es la iniciación o el fin del movimiento. Harrison Fish cae en un sillón, luego de breves giros. El fin llegó. Harras recoge las persianas en el gran ventanal y da la bienvenida al zumbido del avión, tan rotundo como lo provoca el efecto Doppler. Nuestro telón cae violento, con su propósito orquestal. Daniel Domínguez y Grupo CAUSA, Compañía de actores unidos sin ataduras, han entregado La Hora de Todos de Juan José Arreola en Casa Principal de Veracruz, cuya suma de predicciones desprestigia la bola de cristal de Jeane Dixon, la sibila de la Casa Blanca de Washington DC, en una situación de neo-vanguardia y sincronismo.
Yo podría decir algunos chistes de escéptico respecto del cuadro sinóptico de augurios y literatura, pero no lo voy a hacer porque el Servicio Secreto de ambas casas tienen mi número telefónico.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home